decíamos ayer................
(respuesta de HLE, publicada en el semanario Brecha, Montevideo, y en la sección Cartas de Lectores de la revista Veintitrés, 20 de diciembre de 2002)
Resulta asombroso corroborar en estos días el temor que ha infundido en los grandes medios de comunicación el arresto de la señora de Noble. La ausencia de artículos u opiniones que reflejen el estupor que causa la presunción de que la propietaria del grupo Clarín habría adoptado a dos niños desaparecidos, salvo raras excepciones, es simplemente formidable.
Motivo de escándalo ha sido el suceso de la detención, y no, como debiera ocurrir en un periodismo independiente y objetivo, el hecho de que la distinguida señora, premiada en el extranjero por su defensa de los derechos humanos, hacedora de espectáculos benéficos como Un sol para los chicos, aparezca sospechada de haber cometido tamaño delito. ¿Qué está ocurriendo? ¿Temen, algunos periodistas, perder el empleo?
Con todo, ha sido Joaquín Morales Solá, columnista de La Nación, y fiel escriba del diario Clarín en tiempos de la dictadura, quien ha elevado la hipocresía al grado de arte en un artículo que, bajo el título “Una madre que siempre habló de adopción”, publicó el diario La Nación en su edición del pasado jueves 19 de diciembre.
Tras subrayar las lágrimas que brotaban de los ojos de la señora de Noble cuando, en el invierno de 1976, relató a los empleados de Clarín la adopción de sus hijos Marcela y Felipe, y el injusto dolor que hoy está padeciendo, escribe Morales Solá: “El contexto de 1976 no era el de hoy. Aun las personas que luego formarían la trágica saga de desaparecidos, en aquel año no eran consideradas como tales por ningún argentino que no estuviera en el corazón del poder militar”.
Pues bien, ¿dónde, sino en periódicos como La Nación y Clarín, podía uno hallar las arterias más espesas y palpitantes del corazón del poder militar? Quizá convenga traer a la memoria un hecho que, al parecer, Morales Solá ha olvidado, y que yo he referido en mi primer libro, El enigma del general (Editorial Sudamericana, diciembre de 1991, págs. 191, 192). Cuento allí el pantagruélico asado que, en marzo de 1976, compartieron Leo Gleizer, Renée Salas, Marcos Taire y Morales Solá, entre otros periodistas, con el general genocida Antonio Domingo Bussi. El almuerzo se llevó a cabo en los salones del Regimiento de Infantería 19, en San Miguel de Tucumán, a contados metros de un Centro Clandestino de Detención. Al cabo del ágape, el general obsequió a cada uno de los periodistas presentes un pergamino en el que agradecía “su colaboración en la lucha contra la subversión”. Relato en mi libro: “Sin ocultar el contento, Morales Solá tomó el suyo y acto continuo buscó el abrazo del general. Gleizer y Salas lo imitaron”.
A mediados de 1992, recibí un llamado telefónico de Morales Solá. Estaba dolido, angustiado. Me dijo: “Mirá, eso que contás en el libro fue así, pero se trató de un pecado de juventud. Si hay una redición, ¿no podrías suprimir ese párrafo?”. Además, y de manera casi policíaca, esgrimió argumentos de toda naturaleza para que le revelara mis fuentes.
Añade Morales Solá en su artículo del jueves último: “El caso de los niños desaparecidos tardó más de una década en aparecer como un conflicto de proporciones. Incluso, en el juicio a las juntas militares, en 1985, la Cámara que juzgó a los primeros comandantes de la dictadura no encontró pruebas ni argumentos para resolver sobre esa cuestión”. Todo mueve a pensar que el columnista ha transcurrido largos años apresado en una burbuja. La asociación Abuelas de Plaza de Mayo nació el 22 de octubre de 1977, en tanto Morales Solá andaba inmerso en la escritura de sesudos artículos acerca de las internas del poder militar. Mal no le vendría a Morales Solá pasar la vista por las penosas páginas del Diario del Juicio; allí podrá hallar más de un relato sobre el robo de niños, sobre los atroces partos en los Centros Clandestinos de Detención.
Continúa el columnista de La Nación: “Se creía entonces -y se creyó durante mucho tiempo- que el secuestro de bebes era un fenómeno aislado, aunque la historia posterior encontró las huellas de un plan sistemático. Pero todo eso era ignorado por todos en 1976”. ¿Ignorado por todos, o, querrá decir Morales Solá, acallado, silenciado por el medio en que trabajaba? Al emplear el término todos, ¿no pretenderá el bueno de Morales Solá sumergirse en la marea de ese brumoso anonimato que comporta el todos, y así sentirse a salvo de las responsabilidades que, como periodista destacado de Clarín, le correspondían en la búsqueda y la posterior divulgación de la verdad?
Yo no era periodista, pero no ignoraba lo que estaba sucediendo. Tampoco lo ignoraban mi madre, mis hermanos, mis amigos. Tampoco lo ignoraban los medios extranjeros, claro, esos diarios y revistas que, al decir de los dictadores, y del propio Morales Solá, no hacían otra cosa que llevar adelante una “campaña antiargentina”.
Dice luego: “El universo tiene muchos matices: ¿por qué dar por supuesto que todos los niños adoptados en 1976 eran hijos de personas desaparecidas? ¿Por qué no creer en la palabra de una madre que relató siempre las características normales de una adopción?”.
Movidas por la necesidad de corroborar que sus hijos no formaban parte del tenebroso e insondable grupo de niños secuestrados o nacidos en cautiverio, buena parte de las madres que adoptaron hijos en los años de la dictadura acudieron a Abuelas de Plaza de Mayo con el propósito de dilucidar el origen de sus hijos.
No resulta sencillo creer de antemano en la palabra de una madre que, ante el juez, apenas se declara inocente y se niega a ahondar en el relato preciso de las adopciones. Pues, si nada tuviese que ocultar, ¿por qué no someterse a una indagatoria abierta y franca y de tal modo acabar de cuajo con sospechas que sólo estropean su presunta intachable trayectoria? Según Estela Carlotto, la señora de Noble nunca jamás reputó digno recibirla para conversar con seriedad sobre el asunto.
Seguidamente, Morales Solá lanza un lamento: “Campañas públicas recientes en revistas y en panfletos callejeros (de las que LA NACIÓN ha sido víctima, insistentemente, en los últimos tiempos) señalan que la sistemática destrucción de las instituciones argentinas podría incluir ahora también el objetivo de herir a la prensa independiente, una de las últimas instituciones que quedan en pie”. Veamos. ¿A qué prensa independiente se refiere Morales Solá? ¿A la que ejercen La Nación y Clarín? Al día siguiente de la detención de la señora de Noble, La Nación y Clarín, en la bajada del título que daba cuenta del arresto, juzgaron sensato recurrir a una explicación vaga y equívoca: todo se debía “a la presunta utilización de documentos falsos en un expediente civil”. El País, de Madrid, en cambio, tituló: “Argentina: detenida la propietaria del grupo Clarín por la presunta adopción de hijos de desaparecidos”.
Por lo demás, sería aconsejable que Morales Solá hiciera a un lado, de una buena vez, su inveterada ambigüedad y tornara públicos los nombres de las personas u organizaciones que, asegura él, están empeñados en una campaña de “destrucción de las instituciones que quedan en pié”. También, por qué no, interesante sería saber qué instituciones, a su juicio, continúan en pié.
De qué prensa independiente puede hablar Clarín cuando años atrás Héctor Magnetto y Eduardo Duhalde tenían el hábito de acordar tapas y uno que otro artículo, movidos por intereses políticos.
Una de las bases del periodismo independiente consiste en aceptar y publicar artículos que en ocasiones ninguna relación guardan con la línea editorial de un periódico. El periodismo independiente presupone debate de ideas, de posturas, de pareces. Por ejemplo, ¿sería capaz La Nación de publicar estas líneas?
Finaliza Morales Solá: “La calumnia sistemática y la desinformación deliberada contra LA NACION y la vejación inadmisible a la señora de Noble han roto fronteras, han destruido límites sutiles de las formas democráticas, que serán tan difíciles como imprescindibles de reconstruir”.
En fin, si algo ha contribuido a destruir los límites sutiles de las formas democráticas, ese algo ha sido la complicidad de medios como La Nación y Clarín con la dictadura, y, posteriormente, ya en democracia, sus alegres romances con el poder político de turno.
Respuesta de Joaquín Morales Solá, publicada en Veintitrés una semana más tarde.
Señor director,
Una semana antes de que se publicara en su revista una carta con datos absolutamente falsos sobre mi persona, le envíe al autor de esas líneas, el periodista Hernán López Echagüe, un mensaje por e-mail desmintiendo categóricamente, y por segunda vez en diez años, lo que allí se afirma. La carta que se publicó en su revista circuló previamente por internet y la distribuyeron quienes están interesados en destruir la honra y el prestigio de los periodistas que ejercemos la profesión con claros principios éticos. Lamento que López Echagüe se haya prestado, voluntaria o involuntariamente, a esa maniobra.
Le ruego que publique el mensaje que le envíe a López Echagüe con fecha 20 de diciembre de 2002.
Atentamente,
Joaquín Morales Solá
----- Original Message -----
From: Joaquín Morales Solá
To: Hernán López Echagüe
Sent: Friday, December 20, 2002 9:42 PM
Subject: nota
Hernán,
Me llegó tu artículo sobre mi nota y sobre mi persona. Desde ya, no tengo nada que objetar sobre las disidencias en materia de posiciones. Tu visión y la mía no coinciden; sucede simplemente eso.
Pero lo que no puedo aceptar es el dato deliberadamente falso. Cuando se publicó tu libro sobre Bussi, te llamé no para hablar de pecados de juventud, sino para desmentir categóricamente que yo haya estado en un asado con Bussi en Tucumán. Te dije más aún: en 1976 yo estaba en Buenos Aires y no en Tucumán. Y nunca hablé con Bussi, bajo ninguna circunstancia, cuando estaba en Tucumán. Te pedí que hicieras esa aclaración en la segunda edición, no que sacaras el párrafo. Me extraña que tu memoria sea tan sesgada para el recuerdo de los hechos.
Te pedí el nombre de la fuente porque ambos, vos y yo, coincidimos en que debió haber un problema personal en el medio. Me distes (sic) el nombre del Negro Taire y su teléfono. Le dejé tres mensajes en un contestador y nunca me contestó ninguno.
Me extraña que ahora reflotes ese suceso que nunca existió y que a mi desmentido lo conviertas en una confirmación, sin siquiera chequear lo que recordabas de la conversación.
Te repito: no estoy objetando tu punto de vista sobre mi artículo. Es tu opinión y tenés el derecho a difundirla. Lo que no podemos hacer es deformar los hechos y atribuir actitudes que no existieron.
Joaquín Morales Solá
Respuesta de HLE, publicada en Veintitrés el 10 de enero de 2003.
Señor Director:
He leído con suma atención la respuesta de Joaquín Morales Solá a mi nota-carta que Veintitrés publicó el jueves 26 de diciembre, en la cual refiero, entre otros hechos, la conferencia de prensa que en marzo de 1976 organizó el general genocida Antonio Domingo Bussi, en San Miguel de Tucumán, y a la que, más allá de Morales Solá, asistieron los periodistas Marcos Taire, Renée Salas y Leo Gleizer. Bussi, en esa oportunidad, entregó a Morales Solá un pergamino en el que agradecía “su colaboración en la lucha contra la subversión”.
La respuesta de Morales Solá, por su vaguedad, mueve al asombro. Cita el periodista de La Nación el mail que, efectivamente, me envió el 20 de diciembre, un mensaje escueto donde, entre otras cosas, dice: “Lo que no puedo aceptar es el dato deliberadamente falso. Cuando se publicó tu libro sobre Bussi, te llamé no para hablar de pecados de juventud, sino para desmentir categóricamente que yo haya estado en un asado con Bussi en Tucumán. Te dije más aún: en 1976 yo estaba en Buenos Aires y no en Tucumán. Y nunca hablé con Bussi, bajo ninguna circunstancia, cuando estaba en Tucumán. Te pedí que hicieras esa aclaración en la segunda edición, no que sacaras el párrafo. Me extraña que tu memoria sea tan sesgada para el recuerdo de los hechos”.
Sesgada, frágil y antojadiza parece la memoria de Morales Solá. Primero, en su llamado telefónico, repito, habló de “pecados de juventud” y me pidió que, en caso de una redición, suprimiera de mi libro el párrafo en que narro el encuentro con Bussi; recuerdo, incluso, haber comentado el episodio a los directores de Editorial Sudamericana. Segundo, el pasado jueves 2 de enero, durante un almuerzo con otros periodistas, Marcos Taire volvió a ratificar la presencia de Morales Solá en dicha conferencia de prensa. Tercero, el propio Morales Solá, en una nota publicada en el diario El País, de Madrid, el 24 de marzo de 2001, escribió: “En la triste y absorta madrugada del 24 de marzo de 1976 me tocó cubrir como periodista el ungimiento del prepotente general Antonio Domingo Bussi como gobernador de Tucumán ...”. Presumo que si cubrió el ungimiento de Bussi no tuvo más remedio que verlo, compartir con él un espacio físico en común, y muy probablemente, pues para eso lo habían enviado, formularle alguna pregunta. No conozco casos de periodistas que realicen coberturas desde una azotea, o metidos en una escafandra. Por lo demás, en tanto el infortunado Morales Solá cubría la asunción de Bussi, decenas de periodistas que habían comprendido que resultaba imposible ejercer su oficio bajo un régimen que tenía como principio amordazar la libertad, eran perseguidos, secuestrados, torturados, asesinados. No recuerdo ningún artículo de Morales Solá denunciando tamaña barbarie.
En su carta a Veintitrés, dice Morales Solá: “La carta que se publicó en su revista circuló previamente por internet y la distribuyeron quienes están interesados en destruir la honra y el prestigio de los periodistas que ejercemos la profesión con claros principios éticos. Lamento que López Echagüe se haya prestado, voluntaria o involuntariamente, a esa maniobra”.
Un párrafo, en fin, que exhala estrambótica paranoia. En principio, no se trata de una carta, sino de un artículo que tardíamente publicó el semanario Brecha, de Montevideo. Luego, ¿a qué maniobra se refiere Morales Solá? ¿No cabe en su cráneo la posibilidad de que alguien, ajeno por completo a intereses políticos o económicos, desprovisto del sostén que siempre otorga la pertenencia a un medio de comunicación, redacte un artículo teniendo por todo apoyo sus ideas, informaciones y convicciones? ¿Cada una de las palabras que formula una persona responde, invariablemente, a una campaña, a una maniobra? Apostaba un poco más a su capacidad de discernimiento. La existencia de una maniobra o campaña presupone la existencia de alguien que la dirija, que la haya elucubrado. A mí no me dirige nadie; cada uno de los libros y artículos que he escrito a lo largo de me vida responde a una serie de convicciones, ideales y principios humanos y éticos que nunca jamás hice a un lado, conducta, en suma, que me ha llevado a perder el empleo en más de una oportunidad. Conducta, digamos, que a Morales Solá, habituado a trabajar alegremente ora bajo una dictadura, ora en un sistema democrático, debe de resultarle extravagante. Tuve la buena fortuna de comenzar a dar mis primeros pasos en el periodismo de la mano de Tomás Eloy Martínez, escritor y periodista que respeto y admiro. Solía decirme él: “Lo que escribo es lo que soy, y si no soy fiel a mí mismo no puedo ser fiel a quienes me lean”. Mis lectores, pues, saben muy bien quién soy.
Hagamos a un lado, por un momento, el término prestigio, pues en este país, sabemos, el prestigio de buena parte de los periodistas prestigiosos se ha construido a partir no ya del talento y del compromiso con la verdad, sino merced al sutil encadenamiento de influencias, provechosos silencios y, a menudo, relaciones inconfesables. No se puede ser periodista ocho, diez horas al día, y, luego, contertulio del poder.
¿De qué periodismo independiente puede hablar Morales Solá, hombre que, en los inicios de los ochenta, solía tener como informante a Guillermo Cherasny, entonces oficial de Inteligencia de la Marina? Si acaso no lo recuerda, sus encuentros en el Florida Garden, Paraguay y Florida, eran habituales. ¿Con qué autoridad puede hablar sobre ética periodística un hombre que ofició de escriba de los militares genocidas en los diarios La Gaceta y Clarín, periódicos que, cabe recordar, recibieron de brazos abiertos a Bussi, Videla, Agosti, Massera y sus feroces grupos de tareas?
Si ejercer el oficio de columnista político durante la dictadura, sometiéndose sin rodeo alguno a censuras, engañando, ocultando información, ya comporta una conducta digna de reproche, más llamativo resulta que el crecimiento de Morales Solá como periodista hubiera ocurrido, precisamente, al amparo de los dictadores.
En fin, el melancólico propósito de Morales Solá de presentarse hoy como paradigma del periodismo independiente y albacea de los principios éticos, suena a insulto, a burda ocurrencia. Equivale, por ejemplo, a considerar a Carlos Menem como el hacedor de un país digno, justo y soberano.
La cuestión, estimado Morales Solá, es muy sencilla. El que quiere honra, ha escrito García Lorca, que se porte bien. Y el ocultamiento de la verdad, la sumisión a los dictados de militares genocidas y las amables tertulias con políticos corruptos, en particular cuando de periodismo y periodistas estamos hablando, no son, creo, los caminos más adecuados para alcanzar la honradez. El prestigio, hoy, es más fácil ganarlo. Basta hacer a un lado la independencia periodística y convertirse en fiel empleado de un medio de comunicación afecto al vaivén, al romance con el poder de turno, o, como ocurrió en las semanas previas al golpe de marzo de 1976, al más desfachatado de los golpismos. Por último, la honradez y la ética no se enuncian, se practican. La honradez es una virtud que solamente adquiere vuelo e identidad con el correr del tiempo, y nunca jamás a partir de su mera enunciación. El hombre que desde el llano solemnemente se declara honrado, incurre en un atrevimiento, pues su honradez no puede ni debe ser declarada, sí, en cambio, advertida, admirada y celebrada, pero no por él sino por el otro, por el vecino, y, en el caso que nos compete, por los lectores. Todo es cuestión de tiempo. Morales Solá necesitó un buen puñado de años para caer en la cuenta de que la madrugada del 24 de marzo de 1976 fue triste; lapso similar precisó para cobrar coraje y anteponer el amable adjetivo prepotente al infausto apellido Bussi. Los periodistas, me atrevo a colegir, no somos historiadores; debemos llamar a las cosas por su nombre, no años después, sino en el momento en que los acontecimientos ocurren. Si un régimen nos lo prohíbe, o si nos asalta el miedo, entonces más sensato, y, por sobre todas las cosas, más digno y plausible, es procurar fortuna en otro oficio.
No me anima el propósito de entablar una polémica exclusiva y personal con Morales Solá. Todo lo contrario. Sería en extremo útil e interesante que este diálogo epistolar cobrara la forma de debate abierto y franco acerca del papel que ha tenido el periodismo, los periodistas, en los últimos 25 años. Sus relaciones con el poder, sea este dictatorial o democrático; sus responsabilidades, sus omisiones; los principios éticos, la independencia, la libertad de expresión y la libertad de empresa; los monopolios, etc.etc. Mucho se ha discutido sobre las responsabilidades de la Iglesia, de las Fuerzas Armadas, de la dirigencia política y sindical en el lamentable estado de cosas que padece el país. Y el periodismo, ¿qué? Morales Solá ha puesto el dedo en la llaga.
Atentamente,
Hernán López Echagüe
Respuesta de Marcos Taire a Morales Solá, publicada, también, en la edición del 10 de enero de 2003 en Veintitrés.
A quien le interese:
El 22 de marzo de 1976 asistí a una siniestra conferencia de prensa convocada por el Comando de la Quinta Brigada de Infantería, en el Regimiento 19, en San Miguel de Tucumán. Lo hice en mi calidad de redactor del diario Noticias, de esa ciudad. En esa oportunidad, el general Bussi presentó a una supuesta guerrillera capturada y arrepentida, que respondió a preguntas previamente confeccionadas por oficiales de inteligencia y acción psicológica, encabezados por el teniente coronel Zimerman. La nota tuvo amplia difusión, ya que asistieron periodistas de Buenos Aires, que fueron llevados en un vuelo charter. Entre los que estaba Renée Salas, quien en un reportaje posterior, tuvo un altercado con Bussi. Morales Solá estuvo en su condición de redactor de La Gaceta de Tucumán y corresponsal de Clarín en mi provincia.
Es verdad lo que dice López Echagüe con respecto a que luego los militares ofrecieron un almuerzo y entregaron un pergamino a cada uno de los periodistas presentes. Tan presente tengo ese episodio, que recuerdo haber comentado con Morales Solá un jueguito que hacía Zimerman con un llavero que sacaba e introducía en el bolsillo que, a la altura de la rodilla, tiene el uniforme de combate del Ejército. Las llaves estaban contenidas por una enorme esvástica. Zimerman fue después jefe de Policía de Tucumán.
Lo de los abrazos a Bussi por parte de algunos de los periodistas, se lo habrá contado otra fuente a López Echagüe. Yo no vi eso. Quiero decir también que Morales Solá miente cuando dice en su carta que dejó grabados tres mensajes que no contesté.
Nunca usé el servicio de contestador telefónico automático. Recién en estos días, a raíz de una mudanza, acabo de activarlo.
Probablemente le falle la memoria también cuando para desmentir a López Echagüe dice que en 1976 estaba en Buenos Aires y no en Tucumán. Cualquiera que consulte La Gaceta del 23 de abril de ese año podrá ver que una nota de tapa, con su firma, saluda la designación del general Bussi como gobernador porque “el general conoce el ámbito local y no ignora las necesidades y las urgencias de la provincia', y tras reseñar 'el pensamiento” del genocida, termina diciendo que “tales palabras y posiciones reflejan sin duda la perspectiva de un clima indispensable para aplicar una acción política eficaz”. Hacía más de un año que los tucumanos eran secuestrados, torturados y asesinados en los campos de concentración, primero por Acdel Vilas y después por Bussi. Y los crímenes cometidos al amparo del Operativo Independencia los conocíamos todos los tucumanos. El que diga lo contrario miente o se hace el zonzo.
Respecto de la “eficacia” de Bussi, corre por cuenta de Morales Solá, y mejor ni hablar.
Otro sí: sólo me gusta y acepto que me digan Negro los amigos que quiero y me quieren (Horacio Finoli, Ariel Delgado, Oscar Serrat, Mario Monteverde, Stella Calloni, Norberto Villar y muchos otros) porque sé que los otros, como Morales Solá, lo dicen por prejuicio y discriminación.
Marcos Taire
martes, 17 de febrero de 2009
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10 comentarios:
fuerte trama de corrupción y mentiras, ocultamiento y vileza. Una porquería che, estos tipos son unos reberendos hijos de puta,
abrazo
Ahora salieron los neo-complices hoy Reynaldo Sietecase habló de que Nilda Garré actua con espiritu revanchista con los militares. Para comprobarlo ir al blog de el http://www.7kc.com.ar
Ya no puedo dejar comentarios, estos banneado como en el de los otros dos democratas como lo son TNmbaum y Zloto.
Que sorete ese JM Solá, la verdad...
Muy interesante. Gracias por los datos, Patricio. Siempre son útiles a la hora de desmitificar la autoproclamada "independencia" de estos personajes.
Daniel:usted lo ha dicho.
sin dioses:ya se,yo también estoy baneado.
martin:inmenso sorete este tipo.
alfre:para eso estamos.
un abrazo.
¿Yo recuerdo mal o Pablo Llonto mostró una foto de Morales Solá con Bussi? ¿Fue Llonto?
¿alguien se acuerda?
saludos!
aguilucho:me prometieron esa foto, pero todavía no me llego, en cuanto llegue la publico.
saludos.
Solo dejó constancia de mi paso.
A este artículo no se le puede agregar nada.
No tiene desperdicio.
saludos Adriana.
Hay que desemascarar a estos tipos... Aunque seamos pocos. Tienen tan poca verguenza!!!! Y encima se reivindaican como periodistas independientes! Que desfachatados son!
Gracias por la nota...
Sil
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