sábado, 11 de julio de 2009

Malicias, tristezas, y la nueva gracia “kristalina”

Preguntas a boca de jarro, o de jarrito: ¿por qué si el malvado y psicópata Guillermo Moreno es un perjuicio público, los diarios y voceros económicos anunciaban durante estos días que los supermercados, ignorándolo, estaban aumentando los precios? No entiendo. Entonces, si se va Moreno, ¿todo va a costar más caro? El Cronista tituló el día martes “Con un gabinete morenizado, el mercado entierra sus ilusiones poselectorales”. Ya sé la solución: que en lugar de Moreno pongan a Carlos Melconian o a Roberto Cachanosky. Sigo interrogándome: ¿por qué la farándula de la televisión es reaccionaria y la gente de teatro progresista? Esto no es una opinión, es un registro científico. Y me hago esta pregunta, ya que son gratis, ¿por qué no se duda de que hay que hacerlo con preservativo y se duda si hay que usar o no el barbijo? Yo no uso aquél ni éste. Soy ya mayor y estoy bastante exento del aquel bello ejercicio, y la edad permite excluirme del barbijo. Alguien, muy pero muy inteligente, podría considerar que morirse de la gripe del chancho es una escala indeseada e inferior de la muerte. ¡Hay tantas otras formas! No me sigan, no voy hacia ningún lado.
Al menos José Pablo Feinmann sabe adónde va y adónde no va. El domingo, en la contratapa de Página/12, se recluye en un soliloquio político lleno de irónica melancolía y se dice: “Es posible que no se pueda. Que no se pueda nada (...) No se puede ir en contra del mundo. El mundo derrotó a la izquierda y se olvidó de ella. La izquierda da triste. ¿Notaron algo? El estado espiritual de la izquierda es llorar a sus mártires (...) En cuanto al populismo, es estatista y también de izquierda y de la más ordinaria (...) Basta. Nos alegra el campo. Gente de bien. Gente honrada. Hicieron el país. Todos quieren estar cerca de ellos (...) Para los que perdieron, para los que vieron cómo se aleja otra tibia esperanza de algo más digno que un consuelo, cuando suban a un taxi, el taxista ya no les va a reventar las orejas hablándoles mal del Gobierno (...) Uno se siente cada vez más raro en este país y hasta en este mundo. Se mete para adentro (...)”
No te adentres mucho Feinmann, “el bueno”, todavía hay vida en el “afuera”. Todos se equivocan y aciertan, unos una vez, otros, otra. Y están los que siempre desaciertan. Esos -me sopla un comedido- son los que, como decía Arturo Jauretche, “cuando están mal, votan bien, y cuando están bien, votan mal”. Sin hacer ninguna alusión a la Argentina del domingo 28, el axioma plantearía el interrogante acerca de qué es votar bien, o mal. Pero no hay respuesta que no adolezca de intención o de arbitrio. Lo único que hay es lo que no hay, certezas. Porque todas son dudas. Las causas de la muerte de Michael Jackson, las del triunfo del Gobierno en El Calafate o las causas del virus porcino. Virus estrambótico que muta y no se sabe hacia dónde ni hasta cuándo. Metáfora nacional. Modesto enigma. Anuncian que el chancho no va a figurar en la próxima exposición agroganadera en La Rural. Lo esconden, pero no a la soja que lo alimenta y que es la que, a lo mejor, lo condena y contamina. Ahora, una pregunta mínima: ¿si la pandemia hubiera ocurrido en los momentos de la Resolución 125, quién hubiera ganado, la gripe o el campo?
No quisiera meterme en Honduras. Ya es bastante con la mesa de Mirtha Legrand. Esa mesa es capaz de quitarle profundidad al vórtice del “Infierno”, de Dante. Algunos, con méritos profundos, se sientan allí y se vacían sin darse cuenta. La dama anfitriona tiene tanta inimputable capacidad de vaciamiento que si a esa mesa se sentara, pongamos, Umberto Eco, de él solo quedaría un eco insignificante y efímero. En esos almuerzos, hasta se lograría superficializar a la tragedia griega y al Holocausto. Hay invitados que se muestran tan lábiles al menú que acaban mimetizados con la nada y sin necesidad de esforzarse. Leonardo Favio, después de ver a Felipe Solá en esa mesa, callado y sonriente cuando “la señora” decía que lo de Honduras no le importaba nada, decidió borrarlo de todas las menciones de agradecimiento que figuran en las copias de su película Aniceto. No sé si se merece tanto; a lo mejor, si Favio mantuviera el nombre de Solá en los créditos, la gente lo pasaría por alto como si no existiera. Es lo que hizo con él Jaime Durán Barba. A Felipe Solá lo terminaron de desvanecer sus socios, le chuparon la marca peronista y la “tinellizaron” por cuenta propia. Lo que le quedó ahora es un limbo. Limbo que la Santa Iglesia ha abolido.
De lo que no hay abolición es del absurdo; Ionesco, Beckett y Genet, en la Argentina, han sido superados. Y no precisamente en el teatro. ¿Cómo se entiende esta escena: Eduardo Duhalde, calificado de “narcotraficante” por Elisa “Casandra” Carrió, acabó presentando, en un curso de liderazgo del Movimiento Productivo Argentino, al rabino Sergio Bergman, bienaventurado de Carrió y ético fundamentalista de rango? No hay que reírse. Y menos, dejar que se rían de uno. Existe un nuevo diagnóstico de la risa, la gelotofilia. En un congreso científico sobre “la risa”, en Granada, se reveló que esta nueva patología responde a un patrón de personas que disfrutan con que se rían de ellas. “Buscan ser denigradas”, diagnosticó muy seriamente el investigador Willibald Ruch, de la Universidad de Zurich. Qué fácil la hacen los científicos. ¡Si toda la humanidad padece de gelotofilia! Es más, creo que este mundo que estamos construyendo, voluntaria y entusiastamente, es una prueba.
Lo soy yo mismo, qué necesidad tengo de exponerme a que tantos se rían de mí si no fuera que obtengo algún beneficio. Imagínense, vivo en la Ciudad de Buenos Aires, adonde vaya, encuentro votantes que se ríen de mi voto. Y yo les sigo prodigando mi gracia imperdonable y “kristalina”.

orlando barone.

un abrazo compañeros.
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